Francisco de Quevedo
Francisco de Quevedo (4 de septiembre de 15801 – 8 de septiembre de 1645), escritor y poeta español. Máximo representante del conceptismo barroco del Siglo de Oro. Su obra es una de las cumbres de las letras castellanas.
Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos (tal su nombre completo) nació en Madrid, se formó con los jesuitas y en la Universidad de Alcalá de Henares. Una estancia en Valladolid inicia la interminable enemistad con Góngora, atizada por celos profesionales entre dos de las mentes más agudas de la época. En sus años mozos mantiene correspondencia con el famoso humanista Justo Lipsio, y desarrolla su afición a Séneca y los estoicos.
En diversos testimonios de la época se encuentran referencias a su ingenio, a su defecto visual y a su cojera. Poco hay, en cambio, sobre su vida amorosa. Sí se hallan más detalles de sus actividades al servicio del duque de Osuna, que empiezan en 1613, y que le llevarán a desempeñar delicadas misiones diplomáticas y también a prisión.
Ostentó los títulos de señor de La Torre de Juan Abad y caballero de la Orden de Santiago.
La mayor parte de la producción poética de Quevedo es satírica. Cultivó también una fina lírica cortesana realizando un cancionero petrarquista en temas, estilo y tópicos, prácticamente perfecto en técnica y fondo. Destacan sobre todo sus sonetos metafísicos y sus salmos, donde se expone su más íntimo desconsuelo existencial. La visión que da su filosofía es profundamente pesimista y de rasgos preexistencialistas. El cauce preferido para la abundante vena satírica de que hizo gala es sobre todo el romance, pero también la letrilla («Poderoso caballero es Don Dinero»), vehículo de una crítica social a la que no se le esconden los motivos más profundos de la decadencia de España, y el soneto. Abominó de la estética del Culteranismo cuyo líder, Luis de Góngora, fue violentamente atacado por Quevedo en sátiras personales.
La poesía amorosa de Quevedo, considerada la más importante del siglo XVII, es la producción más paradójica del autor: misántropo y misógino, fue, sin embargo, el gran cantor del amor y de la mujer. Escribió numerosos poemas amorosos (se conservan más de doscientos). Consideró el amor como un ideal inalcanzable, una lucha de contrarios, una paradoja dolorida y dolorosa, en donde el placer queda descartado. Su obra cumbre en este género es, sin duda, su «Amor constante más allá de la muerte».

Retrato de Francisco de Quevedo, atribuido a Van der Hamen o a Velázquez.
Amor constante más allá de la muerte
Cerrar podrá mis ojos la postrera
Sombra que me llevare el blanco día,
Y podrá desatar esta alma mía
Hora a su afán ansioso lisonjera;
Mas no, de esotra parte, en la ribera,
Dejará la memoria, en donde ardía:
Nadar sabe mi llama el agua fría,
Y perder el respeto a ley severa.
Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
Venas que humor a tanto fuego han dado,
Medulas que han gloriosamente ardido:
Su cuerpo dejará no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado.
Cerrar podrá mis ojos la postrera
Sombra que me llevare el blanco día,
Y podrá desatar esta alma mía
Hora a su afán ansioso lisonjera;
Mas no, de esotra parte, en la ribera,
Dejará la memoria, en donde ardía:
Nadar sabe mi llama el agua fría,
Y perder el respeto a ley severa.
Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
Venas que humor a tanto fuego han dado,
Medulas que han gloriosamente ardido:
Su cuerpo dejará no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado.
-Francisco de Quevedo-